viernes, 29 de agosto de 2008

Se acaba

No se si seré capaz de escribir lo que he visto.
No vuelvo a salir al mar sin un lápiz porque lo que no se apunta en el momento, se escapa, y no es que se vaya la imagen, es que se va el orden en el que se iban a colocar las palabras que construyen la imagen, exacta, de lo que se ha visto. Y tengo miedo de que ahora no se vea nada, miedo de no saber escribir lo que vi ayer por la mañana, al amanecer, el puerto y el agua como una balsa, y un pesquero rojo en la bocana, «Pazo de...» no me acuerdo, rodeado por un inmenso enjambre de gaviotas muy blancas y un poco doradas como si todo el sol del amanecer se reflejara en sus plumas.
El mar estaba azul claro, y azules los montes por los que descendía el sol para trazar una línea de luz sobre el agua, igual que el rielar de la luna. Cuando navegas, ese haz de sol llega hasta los pies y sube a los ojos y, no me había dado cuenta, te persigue según te vas moviendo por el agua como la mirada de un antepasado en un cuadro, porque ese único reflejo va por el mar como si quisiera alumbrar cada cosa y cada persona en exclusiva, una a una.
En la costa las buganvillas de las casas son más violetas, y un insecto se cierne un rato en el rebufo de la estela. Los botes de los pescadores, un ejército al amanecer, parecen, blancos de luz, también gaviotas.
Se acaba. El verano se acaba y hay que comprar los libros del colegio y subir el dobladillo del nuevo pantalón de lana gris del uniforme. Pero aún es verano. Y se apiada de nosotros, que nos quedamos aquí para apuntar que se heló el cristal de las ventanas.
El invierno hace amar hasta las lágrimas los últimos días del verano.
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